El muerto que regreso de la tumba para pagar su deuda 💀

Romana se llamaba la partera del pueblo quien, a pesar de no haber estudiado, sabía cómo atender a las mujeres a punto de dar a luz. Desde muy jovencita se interesó por esa noble labor y se preparó tan bien como pudo, a pesar de la precariedad de los procedimientos en aquel entonces (principios de siglo XX) para ese fin. En ocasiones solicitaban sus servicios en las frías madrugadas, y ella acudía con gusto, pues cobraba bien por su labor.

Una noche llamo a su puerta un minero de nombre Raúl, para poder asistir a su joven esposa, quien ya sentía el momento de dar a luz. Romana se dio cuenta de la preocupación del hombre, pues era primerizo y temía por la salud de su esposa e hijo, y esta le dijo: “No te preocupes, todo saldrá bien. Vamos para allá”. 

Caminaron varias calles, iluminándose solo con una lámpara de petróleo y llegaron a su humilde casa. En cuanto Romana entro, le ordeno a Raúl poner a calentar agua; el hombre, presto, obedeció y corrió a la cocina.  Tras varios minutos de labor, la esposa del minero dio a luz a una hermosa niña. Raúl, al ver a su esposa e hija fuera de peligro, comenzó a gritar de felicidad.

Al ver a la niña fuera de peligro, Romana decidió retirarse. Le pidió al minero el pago por sus servicios y su compañía para regresar a su casa. El minero estuvo de acuerdo y le pregunto cuanto le debía. Romana le pidió cincuenta pesos. Eso en esa época era mucho dinero.

Raúl se impresionó al escuchar la cantidad, pero con gusto acepto pagar; solo había un pequeño inconveniente: en ese momento no tenía la cantidad completa. Además, no podía quedarse sin dinero, pues debía comprar algunas cosas para su mujer e hija. Romana entendió la situación y acepto que el nuevo papá le pagara cuando tuviera dinero.

En ese momento el minero le dio veinticinco pesos, pero consciente de la situación de la familia, la joven comadrona se resistía a aceptarlos; no obstante, cedió ante la insistencia de Raúl. “Le doy mi palabra, en cuanto junte el dinero restante se lo pagaré”. Romana sabía que cumpliría con su palabra.

Una semana después de este feliz momento sucedió una desgracia: la mina se derrumbó y varios trabajadores quedaron sepultados, entre ellos Raúl. Romana, al enterarse de la trágica noticia, sintió una pena muy grande, y no por el dinero que le había quedado a deber, sino que sabía el desamparo en que su mujer y su hija habían quedado.

Ya muy tarde los cuerpos de los desgraciados mineros aún no recibían cristiana sepultura, debido a que la labor de rescate se había complicado.

Esa misma noche ocurrió algo que Romana jamás olvidara. Alrededor de la media noche, cuando se disponía a dormir, fue a cerrar muy bien la puerta y, justo cuando se dio la espalda para dirigirse a su alcoba, escucho tres golpes. Estos sonaron de forma inusual. Romana, con la piel erizada a causa de la impresión, dudo en abrir.

La joven partera tuvo una rara sensación, aun así, retrocedió unos pasos para saber quién llamaba a su puerta, pero antes de abrir los labios escuchó claramente una voz que desde afuera le decía: “Abra, por favor”. La voz, parecía familiar y decidida, abrió su puerta. “Vengo a saldar la deuda que tengo con usted.” En cuanto Romana se dio cuenta de quien se trataba, se desmayó.

A la mañana siguiente, y después de reponerse con gran entereza de la impactante aparición espectral, tomó el dinero y fue a la iglesia a pedir una misa en la memoria del joven difunto. Romana usó el resto del dinero para ayudar a la viuda.

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